TIEMPO DE NAVIDAD

Evangelio según San Marcos 1, 7-11

“El Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma

Juan Bautista predicaba, diciendo: Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”. En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”. Palabra del Señor.

Meditación

Lo vital en el Bautismo de Jesús son su significado y sus consecuencias. Jesús no necesitaba conversión ni ser perdonado: va a las aguas del jordán en solidaridad con el pueblo pecador y en busca de Dios proclamado por el profeta. Al bautizarse, Jesús tiene una epifanía: el Espíritu Santo lo inunda y su Padre le dice que es su Hijo predilecto. Jesús es Hijo de Dios desde toda la eternidad, y hoy lo ve claramente en una bellísima manifestación de la Santísima Trinidad, las tres personas divinas en acción, cada una distinta, todas un solo Dios. Jesús creció en madurez y sabiduría como todo ser humano (cf. Lc 2,51), y en esta experiencia, descubrió su singular relación con Dios. Comprende que es el elegido de Dios, el Mesías esperado por su pueblo y anunciado por los profetas. Por eso, de ahí se va al desierto a prepararse para su misión.

La fiesta del Bautismo del Señor cierra el tiempo de Navidad. En el Bautismo se verifica el admirable intercambio celebrado en la Navidad. El Verbo de Dios, quien al manifestarse en la realidad de nuestra carne se hizo semejante a nosotros en lo exterior, nos transforma interiormente (oración colecta); y Jesús al entrar en el agua, quiso lavar los pecados del mundo (oración sobre ofrendas); nosotros fuimos hechos hijos adoptivos por el agua y el Espíritu Santo, y este nuevo bautismo en el Jordán ha sido señalado con signos admirables (cf. prefacio). En la Navidad se dijo: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). La Palabra Eterna del Padre asumió la condición humana y vino a habitar en nuestro mundo. Con esta obra infinita de amor, Dios cumplió y superó lo que había anunciado a su pueblo Israel: Jesús es la Palabra personal del Padre, el Hijo de Dios, declarado con la voz celestial diciendo que es Su Hijo amado.

Perdón Señor porque muchas veces no entendemos el misterio que celebramos, en donde Tú, aunque siendo Dios, igual pediste ser bautizado/sumergido, mostrándonos que te presentas desnudo, sin nada, para iniciar el ministerio público. Ayúdanos a entender que Tú nos bautizas con el fuego y el Espíritu Santo, haciéndonos partícipes de la naturaleza divina, y capacitándonos con tu Amor para vivir plenamente la misericordia con todos. Gracias por el gran regalo de tu Presencia y tu Palabra en nuestra historia, conduciéndonos a creer en el cumplimiento de tus promesas. Amén.

Gentileza, Arzobispado de Asunción