«Qué grandísimo privilegio es el gran amor que Dios nos tiene».

El Cardenal, Mons. Adalberto Martínez Flores, reflexionó sobre sí el amar es un mandamiento, en el sentido de si este es un mandato, una obligación. Se respondió así mismo, diciendo que el amor no se puede mandar, ya que es un sentimiento.

Explicó que en el evangelio de San Juan, el discípulo amado: «él comenta que el amor a Dios y al prójimo son inseparables», son como dos vías, entrecruzadas, para llegar al amor de Dios.

Y a su vez, vemos a Jesús a través del rostro de los más carenciados, «lo que hagan a mis hermanos más pequeños me lo hacen a mí». La iglesia a lo largo de los tiempos se ha ocupado de los rostros sufrientes: las víctimas de abusos, casas de adultos mayores, hospitales, personas adictas o en situación de calle y entre tantos otros.

Mons. resaltó que la corrupción pública y privada no deja de dañar nuestra confianza y «esa es la enfermedad de nuestra sociedad. Que se va contagiando de generación en generación, para deformar en cierto modo el rostro de Dios, siendo egoístas. Pensando solamente en uno mismo». Muchos recursos destinados a mejorar las condiciones de vida de la gente se han despilfarrado.

Siempre llegan los pedidos de personas pobres, enfermos, que en los hospitales públicos le dan una lista de elementos y medicamentos que necesitan para una cirugía y se pasan buscando como solventar su propia salud.

«Hay que crear surcos para sembrar las buenas nuevas. Más seremos creíbles por los hechos que realizamos y de bien que realizamos hacia los demás». Por intercesión de María, nuestra madre, vamos a pedir «al Señor este don del amor. Para caminar siempre hacia los dos rostros que son uno solo: la ley del amor», concluyó.