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Mensaje-Te Deum – 15 de agosto de 2023
Nacionales, Pastoral

Mensaje-Te Deum – 15 de agosto de 2023

BIEN COMÚN Y DESARROLLO CON EQUIDAD

Hermanas y hermanos:

En la fiesta de la Virgen de la Asunción, Patrona del Paraguay y Mariscala del Ejército Paraguayo, y en el aniversario de la fundación de la capital del país que lleva esta advocación de María Santísima, estamos reunidos en presencia de Dios para orar y cantarle un himno de alabanza por su inmenso amor, por su gran misericordia y por su bondad para con nuestra querida nación y con cada uno de los que habitamos este suelo patrio.

Dios está con nosotros y en medio nuestro, porque el Señor Jesucristo prometió: donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mateo 18,20).

Este 15 de agosto de 2023 coincide con el juramento y toma de posesión del presidente de la República, su gabinete y gobernadores. Gracias por su presencia hoy para alabar a Dios, pedir su bendición, implorando recibir la sabiduría que viene de lo alto y así gobernar con justicia y rectitud, para favorecer la paz social y la felicidad de nuestro pueblo.

El apóstol Santiago enseña que para la construcción de la paz se necesita la sabiduría que viene de lo alto, es decir, de Dios, de su Santo Espíritu. Esa sabiduría se demuestra con una conducta sencilla y recta, capaz de vencer cualquier rivalidad, el espíritu de discordia y la falta de verdad. Su ausencia trae sólo desorden y toda clase de maldad.

Nuestra patria necesita superar todo tipo de rivalidad y discordia para construir el Paraguay que soñamos y necesitamos.

Las autoridades públicas tienen especial responsabilidad en el fomento de la concordia, en superar las rivalidades, en propiciar el diálogo social y buscar consensos para el logro de la paz social; por eso se debe superar la soberbia o arrogancias, que dañan la condición esencial de la convivencia democrática basada en la participación de todos en el desarrollo del país y en el bienestar de su pueblo.

Invocamos al Espíritu Santo pidiendo el don de la sabiduría. La “dulzura de la sabiduría” que viene de lo alto –como lo expresa bellamente la Carta de Santiago- es, ante todo, pura; y, además, pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera. En resumen, frutos de justicia que van siendo sembrados en paz para quienes trabajan por la paz (Santiago 3, 13-18).

Que la Virgen de la Asunción es Patrona del Paraguay y que la Capital, fundada el 15 de agosto de 1537, lleve el nombre de la Asunción, en los albores del nacimiento de nuestra nación, confirman que la historia y la cultura de nuestro país están profundamente arraigadas en la fe cristiana.

Por ello, aunque “ninguna confesión tendrá carácter oficial”, a partir de la Constitución de la República del Paraguay, de 1992, por el artículo 82 “se reconoce el protagonismo de la Iglesia Católica en la formación histórica y cultural de la Nación”.

Fundado en este reconocimiento y en el cumplimiento propio de su misión evangelizadora, la Iglesia tiene el derecho y el deber de acompañar el ser y quehacer de la vida nacional aportando la riqueza de su Enseñanza Social, que nace del corazón del Evangelio, como desde luego pueden y deben hacerlo todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

En este día de fiesta, cargado de profundos sentimientos de patria y que genera esperanza en nuestro pueblo, quisiera, brevemente, compartir el pensamiento de la Iglesia Católica en el ámbito social, criterios que pueden orientar las acciones y decisiones de quienes ejercen la autoridad política y jurídica del Estado, así como de la ciudadanía.

En este sentido, reiteramos esta valiosa y actual expresión del Concilio Vaticano II (1963-1965): “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.” (Gaudium et Spes, N° 1).

El Papa Francisco se refería a la relación de la Iglesia con la política, afirmando que, si bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no arrincona su propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor ni dejar de despertar las fuerzas espirituales que fecunden toda la vida en sociedad. Tampoco quiere disputar el poder, sino que procura la promoción integral de la persona humana, la fraternidad, la solidaridad y la amistad social. En su histórica visita al Paraguay en 1988, San Juan Pablo II sentenció: “No se puede arrinconar a Dios en las conciencias ni a la Iglesia en los templos”.

La Constitución de la República del Paraguay, recoge en su Preámbulo uno de los principios fundamentales de la Enseñanza Social de la Iglesia, que es el reconocimiento de la dignidad humana, sobre la cual se fundamenta la democracia representativa, participativa y pluralista, es decir, que en toda convivencia humana bien ordenada y provechosa las personas tienen derechos y deberes, que dimanan de su propia naturaleza. Y son, por ello, universales, inviolables e irrenunciables.

La dignidad de la persona humana implica, el derecho a la existencia, a la integridad física, a los medios necesarios para una vida digna, como el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica, el derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudez, vejez, desempleo y, por último, cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento (cfr. Pacem in terris, 9 y 11).

La persona humana debe estar libre de la miseria, con una subsistencia segura, saludable y una ocupación estable; participar en la vida pública con responsabilidad y libertad, fuera de toda opresión y de toda indignidad; ser más instruidos (cfr. Populorum Progressio, 6). Cuántos hoy en nuestro país pueden decir todo esto sin pensar en los miles de personas que viven lo opuesto a estas aspiraciones, en una diabólica contradicción: mientras, por un lado, viven urgidos por conseguir el sustento mínimo diario, apelando a la solidaridad para pagar sus gastos de salud, por ejemplo, por otro lado, cada tanto deben renunciar a su libertad a cambio del dinero electoralista, hasta a veces de manera indigna, porque no tuvieron la oportunidad de una educación que les enseñara a conocer, hacer y ser libres.

En definitiva, cuando el principio elemental de la dignidad humana no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la sociedad (cfr. Fratelli Tutti, 107).

Sabiamente, los Constituyentes de 1992, supieron reconocer que la dignidad humana, que la vida misma debe ser garantizada, desde la concepcion hasta la muerte natural, es el fundamento de la democracia y del gobierno en el Paraguay, que debe consagrar y garantizar los derechos inherentes a esa dignidad, y manda que la función esencial del Estado sea el servicio a la promoción del desarrollo humano integral de todos y de cada uno de los que habitamos el país.

Con esperanza hemos tomado nota de los compromisos expresados públicamente por el señor Presidente de la República, que hoy inicia su periodo de gobierno al frente del Poder Ejecutivo, y que tienen relación con promover políticas públicas que posibiliten el logro del bien común de la nación, que es la vía idónea para el desarrollo humano integral y, por consiguiente, para lograr el desarrollo sostenible y la prosperidad del país.

Es obvio que el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Un auténtico desarrollo siempre es integral, es decir, promueve a todos los hombres y a todo el hombre. Decir desarrollo es, efectivamente, preocuparse tanto por el progreso social como por el crecimiento económico. (Pablo VI).

La Iglesia acompañará, como Madre y Maestra, una gestión de gobierno que busque y trabaje por el bien común, por la paz social y el desarrollo integral de todos, la soberanía de la familia reconocida en su identidad como sujeto social, y exhorta a todos los órganos de gobierno y a las fuerzas políticas y sociales a colaborar con ese objetivo, con sentido de patria.

Así también, la Iglesia cumplirá su misión profética de denunciar las acciones que atenten contra el bien común, con el objetivo de conmover la conciencia de los decisores políticos, para que ajusten su conducta a la ética social y a las bases constitucionales que rigen nuestra convivencia como sociedad nacional.

El mandamiento de Dios y de la Constitución Nacional es no dejar a nadie “a un costado de la vida”, vivir indiferentes ante el dolor. Por eso, no debe extrañar a las autoridades si nos alteramos por el sufrimiento humano, si nos estremecemos e indignamos, hasta la médula, por lo que es injusto (cfr. Fratelli Tutti, 68).

La razón de ser de los gobernantes es el bien común. Por ello, consideramos necesario recordarles que la gestión del bien común no es un simple enunciado, sino un deber y compromiso ineludible de orden social, político, jurídico y moral. Así también, todos los individuos, empresas y organizaciones no gubernamentales tienen el deber de prestar su colaboración personal al bien común.

Lo opuesto al bien común es la corrupción. Esto nos exige a todos, a las autoridades y a la ciudadanía, a combatir el uso de los bienes públicos para provecho privado o de los amigos o socios; contra el nepotismo, el cohecho, la colusión, connivencias y el fraude; contra el tráfico de influencias y los sobornos o coimas; contra la difusión de mentiras, especialmente aquellas que se disfrazan con verdades aparentes; contra el ocultamiento de información de interés público, contra todo lo que agrede la “casa común”, la deforestación, la contaminación del agua, la tierra y el aire.

La corrupción debilita la institucionalidad democrática, hasta tal punto que la deja sin fuerzas para combatir la impunidad, la delincuencia, el crimen organizado, la mala educación y la deficiente atención a la salud, entre otros males que padecemos como sociedad.

La República se fundamenta en el equilibrio y mutuo control entre los Poderes del Estado. Les exhorto de manera particular a cuidar con celo patriótico la independencia de la Justicia en todos sus niveles; a fortalecer el trabajo del Ministerio Público; a custodiar la integridad y credibilidad de los órganos extrapoderes, para lo cual es requisito que sus miembros gocen de notoria solvencia intelectual y moral.

Si bien, uno de los fundamentos de nuestra Constitución es la igualdad ante la Ley, no podemos ignorar que el nuestro es un Estado Social de Derecho. Por tanto, por razones de justicia y de equidad, los gobernantes deben tener especial cuidado de las personas más débiles, que puedan hallarse en condiciones de inferioridad y de vulnerabilidad para defender sus propios derechos y sus legítimos intereses, por su edad, sexo, estado físico o mental, o por circunstancias sociales, económicas, étnicas o culturales.

Las escandalosas brechas económicas, sociales y culturales entre los diversos sectores, provocan tensiones y discordias y ponen la paz en peligro. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre las personas. Por ello, la condición necesaria para la paz es el desarrollo con equidad.

Invitamos a la esperanza. Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan. Gozamos de un espacio de libertad y de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, en vez de acentuar odios y resentimientos. No seamos parte de los juegos del poder perverso. Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien. (cfr. Fratelli Tutti, 77).

Con el Papa Francisco, les convocamos a rehabilitar la política, que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política. (Fratelli Tutti, 180).

Nuestra sociedad necesita asegurar que los valores éticos se vivan y se transmitan porque, si esto no sucede, se difunde el egoísmo, la violencia, la corrupción en sus diversas formas, la indiferencia y, en definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y clausurada en intereses individuales. Que podamos abrirnos y despertarnos para soñar y hacer realidad la quimera de un país más justo, solidario y equitativo.

Cuando en la quimera se forja la idea, el canto que nace se hace pensamiento entonces el cielo, el hombre y su tiempo transitan los surcos del campo y el viento. Y de la quimera, canto y pensamiento va naciendo el hombre, surco de su tiempo y la noche queda detrás de la aurora entonces el cielo se hace campo y viento. (Despertar, música y letra de Maneco Galeano)

 

Asunción, 15 de agosto de 2023, Solemnidad de la Asunción de María.

+ Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Asunción

 

 

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