“Los laicos y el desafío de educar en la esperanza”

“Este es mi hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: Escúchenlo” (Mateo 17, 5). La trasfiguración es un momento de reconocimiento y de gloria. Esta experiencia se sitúa en un lugar estratégico, después del primer anuncio de la pasión. Jesús anuncia el camino a seguir, necesario para la salvación, el mismo camino que debemos seguir si somos fieles al seguimiento del Señor: “A partir de entonces Jesús comenzó a manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y padecer mucho por parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los maestros de la ley, que lo matarían y resucitaría al tercer día” (Mateo 16, 21). A partir de aquí, las enseñanzas e instrucciones de Jesús, serán acerca de la pasión, muerte y resurrección. Él introduce a sus discípulos en la necesidad de seguirlo por el camino del dolor y el sufrimiento.

Aquí, es importante ponernos siempre de tras de Jesús, como buenos discípulos para no ser piedra de tropiezo a la voluntad de Dios: “Pedro llevó aparte a Jesús y empezó a reprenderlo: lejos de ti esto, Señor. De ningún modo te sucederá eso. Jesús se volvió y dijo a Pedro: Ponte detrás de mí, Satanás. Eres una piedra de tropiezo para mí, porque no piensas como Dios, sino como los hombres” (Mateo 16, 21-23). Jesús enseña a sus discípulos, para disponerse y prepararse a seguirlo: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la encontrará. ¿De qué le servirá a uno ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mateo 16, 24-26). Jesús nos instruye para seguirlo por el camino de la inmolación, pues, el que renuncia a sí mismo, y pierda su vida por él la encontrará. Jesús nos invita a obedecer al Padre y servirlo. Marca un estilo propio de vida en relación al Padre.

Así pues, en relación al Padre, en el libro de Daniel el vidente observa a un Anciano, de vestiduras blancas y con los cabellos de la cabeza como lana pura: “Su trono llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego brotaba y corría delante de él” (Daniel 7, 9-14). Esta imagen insinúa al Padre de la misericordia, y el río de fuego es la inmensidad de su misericordia para sus servidores y aquellos que quieran, renunciar a sí mismo, a sus intereses, a su camino de corrupción e impunidad, y a su pasión erótica al poder; y caminar detrás de Jesús para encontrar la vida plena. De tal manera, se manifiesta el Reino de Dios en una nube luminosa como un reino de compasión y bondad, rico en amor y fidelidad, que soporta la impunidad, la rebeldía y el pecado, pero no la deja impune: “El Señor pasó ante Moisés y proclamó: “Señor, Señor, Dios misericordioso y compasivo, que es lento para enojarse y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que soporta la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no la deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y de los nietos hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34, 5-7).

El Salmo 96, alaba a Dios como rey de toda la tierra. Éste reinado de Dios se relaciona directamente con los principios del derecho y la justicia, como fundamento del reinado de Dios. El salmista habla de un fuego devorador, el fuego devorador de la santidad de Dios, que fulmina toda maldad. El Reinado del Señor trae alegría y regocijo a toda la tierra. El Salmo nos invita a proclamar los principios de un buen reinado que aborrece el mal: La verdad que nos hace libres (cf. Juan 8 32). La verdad nos ayuda a una convivencia ordenada, fructífera y respetuosa de la dignidad humana. San Pablo dice: “Dejen la mentira, y hable cada uno con verdad con el prójimo” (Efesios, 4, 25). La justicia: pues, dice San Agustín: “Desterrada la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes latrocinios? (Hurto o fraude que se comete contra los bienes públicos). El amor: es importante mientras llega el orden justo, suple la falta de justicia, sin renunciar a la justicia.

La libertad para buscar la igualdad, como un reconocimiento cada vez mayor de la persona, de una misma naturaleza y origen, dotado de alma racional y creados a imagen de Dios. Somos personas redimidas por Cristo, tenemos una misma vocación y un idéntico destino. De ahí que, hay que vencer y eliminar toda discriminación, por ser contrario al plan de Dios (cf. GS: 29). Libertad para participar; cada uno de nosotros tenemos el derecho de ser el autor principal de nuestro propio destino (MM: 151; PT: 26). Ser actor de nuestro destino implica participación y responsabilidad en la vida pública, en la gestión pública, en la seguridad de los derechos, el respeto y la promoción de los derechos humanos. El poder si está solo en manos de políticos y especialistas de la gestión pública, puede caer en grandes desaciertos e injusticias (cf. OA: 24). ¿Para qué sirve todo esto? Y para enfrentar la enfermedad, el erotismo del poder en sí mismo y la corrupción de los bienes públicos.

La esperanza en el tercer día: “resucitará al tercer día” (Mateo 16, 21), es el fuego que nos mantiene firmes en la vida de laicos o jóvenes cristianos. De ahí que, la esperanza cristiana se entienda como “el sufrimiento por la realidad y la pasión por lo posible”. La esperanza como “sufrimiento por la realidad”, nos recuerda que los cristianos somos insurrectos ante el misterio del mal, la injusticia, lo absurdo y la muerte, pues, es una contradicción brutal contra la promesa de vida, de paz y reconciliación que ha hecho Jesús. Sufrimiento por la realidad, es reconocer la miseria del otro. El talante de Jesús es identificarse con los más humildes de sus hermanos hambrientos, desnudos, sedientos, enfermos y encarcelados (cf. Mateo 25, 31). Así, la esperanza es por otros: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mateo 25, 40). Aquí, la esperanza combate implacablemente todo lo que es injusto, no veraz, malvado, violento, grosero y cruel.
La esperanza “como pasión por lo posible”: Es una fuerza trasformadora del Espíritu Santo, en virtud del cual luchamos apasionadamente por las posibilidades positivas de la existencia. Exige una constante conversión. Se inspira en Cristo resucitado, que nos impulsa hacia las últimas posibilidades que parecen irreales (verdad, justicia, amor, libertad), pero que hay que perseguir con anhelo. ¿Por qué la esperanza nos encamina hacia estas posibilidades? Porque contamos con las posibilidades de Dios. De ese Dios que no sólo puede resucitar a los muertos, sino triunfar sobre la muerte bajo sus múltiples aspectos en medio de nuestras vidas. Así, esta esperanza es una confianza ilimitada en Dios, es una disponibilidad entrañable e incondicional por nuestra parte, por la realización de esas posibilidades en nuestras vidas. Mis hermanos/as: Esto significa para nosotros, hoy, ser insurrecto a todo lo que es oscuridad, pecado y muerte, y una confiada pasión por lo posible, pues: “No hay nada imposible para Dios” (Lucas 1, 37).
Oración: “Jesús, Rey de la tierra, hijo querido y predilecto por el Padre. Somos tus discípulos, laicos al servicio de tu Iglesia para educar a nuestro pueblo en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Permítenos, después de cada misa ir a padecer, a morir y resucitar, cada día al servicio de tu reino, en los más necesitados de tu consuelo y redención. Lo podemos hacer, pues, no hay nada imposible para ti. Nuestra Señora de la Santísima Asunción, intercede por nosotros para vivir la esperanza cristiana, como sufrimiento por la realidad y pasión por lo posible”. Amén.

Pbro. Víctor Giménez, Vicario General

Via Arzobispado de Asunción