“Señor mío y Dios mío”, las palabras del apóstol que vislumbra la mirada de la fe, cuando Jesús cura de toda ceguera y permite que lo renozcamos a pesar de nuestra incredulidad.
Tomás, de origen judío y pescador por profesión, fue nombrado apóstol de Cristo. conocidas.
El día de la resurrección, Jesús se presentó ante sus discípulos para demostrar que había vuelto a la vida. Tomás, quien no estaba presente, expresó su escepticismo diciendo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no pongo mi dedo en los agujeros de los clavos, y no meto mi mano en su costado, no creeré”. Ocho días después, Jesús volvió a aparecer y le dijo a Tomás: “Pon tu dedo aquí y mira mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. No seas incrédulo, sino creyente.” Tomás, arrodillado, exclamó: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús respondió: “¿Crees porque me has visto? Bienaventurados los que no han visto y han cre
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