Santa Lucía, virgen y mártir (283-310)

Es el inicio del cuarto siglo de la era cristiana. Una joven de Siracusa, Lucía, acompaña a su madre enferma a Catania, para la conmemoración del martirio de santa Águeda. Se arrodillan juntas en la tumba de la mártir a orar por la curación y Lucía cae dormida. En el sueño se le aparece la virgen Águeda: “Lucía, hermana mía, ¿por qué pides lo que tú misma ya has obtenido? Por tu fe, tu madre ha sido curada. Así, como Cristo ha glorificado, por medio mío, a la ciudad de Catania, por ti glorificará a Siracusa, porque, con tu virginidad, has preparado una agradable morada para Dios”. Al despertar, el milagro se había realizado y en Lucía se fortalece la determinación de dedicar su vida a Dios. Renuncia al matrimonio y distribuye su dote entre los pobres de Siracusa. El joven, a que el padre de Lucía la había prometido antes de morir, recurre al prefecto de la ciudad.

Son los años de la persecución de Diocleciano y la justicia romana es intransigente con los cristianos. Lucía es acusada de derrochar su patrimonio con sus amantes. Ella reivindica un alma “incorrupta, pura, templo del Espíritu Santo”. Por toda respuesta, Pascasio, el prefecto, manda que sea encerrada en un lupanar (casa de prostitución), para que el Espíritu Santo huya de su cuerpo envilecido. Aquí se realiza el primer prodigio: una fuerza sobrehumana hace a la virgen inamovible. Ni los soldados ni los animales logran hacerle dar un paso. Entonces, encienden fuego a su alrededor, pero las llamas no la tocan. Prueban con aceite hirviendo y brea, pero todo sale en vano. Pascasio la acusa de brujería y manda cortarle la garganta. Lucía muere decapitada y la comunidad cristiana se reúne en torno a la virgen, tributándole un culto que se difunde por todo Occidente. Se dice que, entre otras cosas, fue cegada o que ella misma se arrancó los ojos bellísimos que tenía, para que su prometido dejara de perseguirla. La intercesión por la cual es invocada, ligada al sentido de la vista, deriva, probablemente, de la etimología de su nombre, que significa “portadora de luz”. Dante Alighieri, devotísimo de esta popular santa, le atribuye la facultad espiritual de ver la realidad sobrenatural y le asigna, en la Divina Comedia, el papel de “gracia iluminante”.

Considerada la protectora por excelencia de la vista es patrona de los ciegos y de la ciudad de Siracusa. Es invocada contra todas las enfermedades de los ojos y de la garganta, la hemorragia y la disentería.

Hoy también se recuerda a los santos Odilia y Ausencio.

 

Departamento de Pastoral de Radio Cáritas Universidad Católica