Su nombre de pila, Giovanni María Battista Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti. Noveno hijo de una familia noble, bautizado en el mismo día en que nació, 13 de mayo de 1792, en Senigallia, Italia. Dirigió la Iglesia Católica desde 1846 hasta 1878, 32 años, uno de los pontificados más largos. Eligió su nombre en honor a Pio VII.

Formación y vida

En 1809, trasladó su residencia a Roma con el propósito de continuar sus estudios. Aunque aún no había recibido una orientación clara hacia el sacerdocio, su vida reflejaba un ejemplo para los demás. Al concluir un retiro espiritual en 1810, expresó algunos propósitos significativos: luchar contra el pecado, evitar situaciones peligrosas, estudiar no por ambición personal sino para el bien de los demás y entregarse completamente en manos de Dios.

En 1812, una enfermedad lo obligó a abandonar los estudios y fue eximido del servicio militar. En 1815, se unió a la Guardia Pontificia, pero tuvo que dejarla por problemas de salud. En 1816, participó como catequista en una misión en Senigallia y luego optó por estudios eclesiásticos. Ascendió a Órdenes Menores en 1817, subdiaconado en 1818 y diaconado en 1819. Ese mismo año, recibió la ordenación sacerdotal mediante una concesión especial.

Su primera misa fue celebrada en la Iglesia de Santa Ana de los carpinteros, donde se convirtió en el rector del Instituto Tata Giovanni hasta 1823. Desde el principio, demostró ser un hombre de oración, dedicado al ministerio y servicio a los más necesitados. Integró de manera admirable la vida activa y contemplativa, manteniendo una intensa devoción eucarística-mariana. A pesar de sus responsabilidades pastorales y sociales, vivió con gran recogimiento, siendo fiel a su práctica diaria de meditación y examen de conciencia.

Principales aportes a la Iglesia

El Papa Pío IX es conocido por haber proclamado dos doctrinas fundamentales de la Iglesia Católica. En primer lugar, afirmó la doctrina de la Inmaculada Concepción mediante la Constitución Apostólica «Ineffabilis Deus» el 8 de diciembre de 1854. Este dogma afirma que la Virgen María estuvo libre de todo pecado, incluyendo el Pecado Original, desde el momento de su concepción hasta el final de su vida. Pío IX oficializó esta enseñanza después de consultar con los obispos y reflexionar en oración.

Además, Pío IX convocó el Concilio Vaticano Primero, un concilio ecuménico que reunió a todos los obispos y al Papa para trabajar juntos bajo la guía del Espíritu Santo. Durante este concilio, el Papa y los obispos proclamaron la doctrina de la infalibilidad. Esta enseñanza sostiene que cuando el Papa y los obispos enseñan en unidad sobre la fe, moral o modo de vida, lo hacen con veracidad. La infalibilidad es considerada un don del Espíritu Santo para garantizar que las enseñanzas de la Iglesia sean siempre verdaderas y estén protegidas contra el error.

El Papa Pio IX y su conexión con Paraguay

En 1859, fallece Basilio López, hermano de Don Carlos Antonio López, siendo sucedido por Juan Gregorio Urbieta en 1860. En 1863, Manuel Antonio Palacios es nombrado obispo coadjutor, inicialmente propuesto como obispo auxiliar de Urbieta, quien ya estaba enfermo y falleció en 1865, coincidiendo con el inicio de la Guerra de la Triple Alianza. Palacios asume plenamente el cargo, y las relaciones Iglesia-Estado se complican, ya que está sometido a la familia López.

Según el investigador Pedro Gamarra, en 1865, en medio de estos disturbios, el Vaticano eleva el obispado de Buenos Aires a Arzobispado e incorpora al antiguo Arzobispado de Asunción en su gobierno. Esto representa una pérdida de independencia religiosa en un momento crucial.

La Iglesia paraguaya presentó un extenso reclamo al papa Pío IX a través de un valioso documento redactado por el padre Fidel Maíz, quien era considerado uno de los sacerdotes más eruditos de Paraguay en esa época, tanto en derecho canónico como en humanidades.

A pesar de la protesta ante el Vaticano, no se obtuvo respuesta. Como consecuencia, la Iglesia Católica paraguaya quedó subordinada a la Arquidiócesis de Buenos Aires, situación que perduró hasta 1929. En ese año, la Santa Sede decidió elevar el Obispado del Paraguay a la categoría de Arquidiócesis de Asunción, creando así dos nuevos obispados en el país: Concepción y Chaco, además de Encarnación.