Por Mons. Pierre Jubinville. Obispo de San Pedro y Presidente de la CEP.
En los últimos días, los diarios llevan noticias de incautaciones de drogas producidas o transitadas por el Paraguay, también arrestos y extradiciones de grandes figuras del tráfico internacional. Salen titulares sobre las pérdidas millonarias que estarían sufriendo los traficantes mientras no para la venta en varios puntos de las ciudades, de los pueblos rurales y hasta en los asentamientos más recónditos. La SENAD reporta consumo significativo en las comunidades indígenas.
En nuestros departamentos rurales, hay lugares conocidos de producción y de tránsito de la marijuana. En algunos ámbitos, el trabajo del cultivo y de la elaboración de los productos se ha vuelto una cosa “normal”, un trabajo como cualquier otro, algo que hay que hacer si uno quiere vivir…
Por supuesto, no hay un informe global, transparente y actualizado sobre la situación. Es un asunto envuelto en el secreto de las maquinaciones urdidas por redes transnacionales del crimen organizado, encubiertas en la corrupción de estructuras estatales y políticas, y el secreto también de la vida íntima de las familias y comunidades afligidas y desorientadas. Parece que solamente nos queda lamentar el aumento constante del consumo local, sus consecuencias terribles sobre el desarrollo de las personas, sobre todo los jóvenes, y el deterioro de la vida familiar y social. Esto, sí, lo vemos todos.
Hay algunas iniciativas pastorales para responder a esta situación. Son poco conocidas. Son varios grupos de gente entregada y sacrificada, que se acerca a las personas vulneradas y dependientes, con muy pocos medios: asociaciones de laicos y laicas, congregaciones religiosas, algunos esfuerzos ecuménicos o claramente de otras Iglesias, a veces en asociación con organizaciones de la sociedad civil y servicios estatales. Una gota de caridad en un océano de problemas, pero un signo importante.
Hay muchos debates sobre la manera de responder: con los métodos fundamentados en la sobriedad y procesos de abstinencia, con o sin drogas alternativas, en régimen de internaciones, en centros abiertos, aprovechando sitios de consumo protegidos, invitando a un retiro radical, con o sin muchas prácticas espirituales, campañas amplias de prevención, legalizar las sustancias para quitar la dimensión criminal del asunto, etc. Pero nosotros, aquí, ¿qué vamos a debatir con tan pocos medios disponibles?
Lo que sí tenemos es la capacidad de reunirnos y conversar y buscar juntos qué podemos hacer sabiendo que todo es útil, todo contribuye. Primero formar e informarnos. Organizar actividades sanas para niños y jóvenes. Visitar a las familias. Difundir más información para la prevención. Por lo menos conocer el camino, tener contactos, asegurar algo de protocolo, localizar las instituciones involucradas en caso de necesitar tratamiento. Todo esto es sencillo e importante. Necesitamos tomar conciencia y asumir algo de protagonismo colectivo.
Acabamos de festejar la fiesta de Pentecostés. La comunidad se vuelve entusiasta y creativa. Creemos que Dios llama a la presencia a las personas adictas y a sus familias. También nos anima a no temer de romper las complicidades y el silencio que mantienen a tantos en esta esclavitud.