La reciente visita a Marsella y, en particular, su participación en la sesión conclusiva de los «Rencontres Méditerranéennes» fueron los temas de la catequesis de Francisco en la audiencia general: «Trabajar para que las personas, en plena dignidad, puedan elegir emigrar o no emigrar».

«Que el Mediterráneo recupere su vocación, de ser laboratorio de civilización y de paz». Este fue el objetivo de los Rencontres Méditerranéennes (Encuentros Mediterráneos) celebrados en Marsella del 17 al 24 de septiembre, a cuya conclusión asistió el Papa pasando dos días en la ciudad francesa.

Un sueño y un desafío, lo definió el Papa Francisco al hablar de la experiencia en la audiencia general de este miércoles en la Plaza de San Pedro. Francisco vuelve así a abordar uno de los temas más urgentes y cercanos a su corazón, por un lado, la dignidad de los migrantes y refugiados y por otro el deber de elegir hoy «entre la indiferencia y la fraternidad».

El símbolo de estas dos realidades es el mar que diferentes países y continentes contemplan, peligroso a veces, pero que siempre ha albergado «tesoros de vida»:

¡El Mediterráneo es cuna de civilización, y una cuna es para la vida! No es tolerable que se convierta en tumba, y tampoco en lugar de conflicto. No. El Mar Mediterráneo es lo más opuesto que hay al enfrentamiento entre civilizaciones, a la guerra, a la trata de seres humanos. Es exactamente lo contrario: el Mediterráneo comunica África, Asia y Europa; el norte y el sur, oriente y occidente; las personas y las culturas, los pueblos y las lenguas, las filosofías y las religiones.

Desde una orilla del Mediterráneo, dijo el Papa, partió un día la Buena Noticia de Jesús, cuya realización «no sucede por arte de magia y no se realiza de una vez para siempre», sino que es «fruto de un camino en el que cada generación está llamada a recorrer un tramo». A continuación, el Papa se remontó a los Encuentros de Marsella, un acontecimiento que no fue aislado «sino el paso adelante de un itinerario», y al trazar un balance dijo que lo que surgió fue una mirada «humana» del Mediterráneo, es decir, «no ideológica, no estratégica, no políticamente correcta», una visión que miraba a la realidad, reconduciendo todo al valor de la dignidad humana que prevalece sobre todo, y luego una visión de «esperanza»:

Esto siempre es sorprendente: cuando escuchas testimonios que han atravesado situaciones deshumanas o que las han compartido, y precisamente de ellos recibes una “profesión de esperanza”. Hermanos y hermanas, esta esperanza no puede y no debe “volatizarse”, no, al contrario, debe organizarse, concretizarse en acciones a largo, medio y corto plazo. ¿Qué significa esto? Significa trabajar para que las personas, en plena dignidad, puedan elegir emigrar o no emigrar. El Mediterráneo debe ser un mensaje de esperanza.

Pero hay un aspecto complementario: no sólo los emigrantes o los solicitantes de asilo necesitan esperanza, nuestras sociedades europeas, y especialmente las nuevas generaciones, también la necesitan.

Los jóvenes pobres de esperanza, cerrados en los privados, preocupados por gestionar su precariedad, ¿cómo pueden abrirse al encuentro y al compartir? Nuestras sociedades enfermas de individualismo, de consumismo y de vacías evasiones necesitan abrirse, oxigenar el alma y el espíritu, y entonces podrán leer la crisis como oportunidad y afrontarla de forma positiva.

“Europa necesita volver a encontrar pasión y entusiasmo, y en Marsella puedo decir que los he encontrado”, añadió el Santo Padre. Y a la Virgen, que los marselleses veneran como Notre Dame de la Garde, confió  “el camino de los pueblos del Mediterráneo, para que esta región se convierta en lo que desde siempre ha estado llamada a ser: un mosaico de civilización y de esperanza”.

Fuente: Vatican News