Compartimos la homilía del Cardenal Adalberto Martínez Flores, Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción y Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya durante la celebración eucarística en la Iglesia Nuestra Señora de Aparecida, San Paulo, Brasil, el pxmo.pasado 2 de diciembre:

Hermanas y hermanos:

Siento gran alegría y doy gracias a Dios por esta hermosa e inédita oportunidad de reunirme con ustedes, queridos compatriotas, para compartir esta celebración litúrgica, con la que se inicia el tiempo de Adviento, en la casa de nuestra Madre, Nuestra Señora de Aparecida, patrona del Brasil, esta nación hermana que les acoge.

Tratándose de los migrantes, hay un hermoso lema que dice: “en la Iglesia, nadie es extranjero”. Por ello, nuestra presencia quiere ser un signo de comunión con la Iglesia fraterna del Brasil y con sus pastores y, juntos, en consonancia con el Magisterio del Papa Francisco, en la Iglesia universal, en cualquier parte del mundo, el lema es: Acoger, proteger, promover e integrar. Estas son, según Francisco, actitudes fundamentales para asegurar que los derechos humanos de los migrantes sean respetados y para tratarlos con respeto y dignidad.

Quisiera transmitirles que, en la persona e historia de cada uno de ustedes, la Iglesia del Paraguay abraza y expresa su cercanía a todos los paraguayos y paraguayas que dejaron nuestra tierra en busca de nuevos horizontes.

En el Paraguay sabemos que, cualquiera haya sido el motivo para dejar nuestra tierra y emigrar, el proceso de adaptación, inserción e integración ha sido difícil. Yo también he sido emigrante en mi juventud y experimenté lo que significa la vivencia del migrante. Por eso, puedo hablarles desde el corazón, hoy como pastor, pero sobre todo como hermano que les visita.

Esta celebración coincide con las vísperas del primer domingo de Adviento, que es el año nuevo litúrgico. Por ello, en esta misa ya se consideran las lecturas del domingo, que nos preparan para la próxima venida del Señor.

El profeta Isaías nos presenta a un pueblo, Israel, que reconoce sus pecados y asume su culpa por haber fallado a la promesa que hizo con Dios. Con mucha fuerza oran por la misericordia divina, para que el Señor vuelva a ellos y puedan nuevamente gozar de la gracia divina que les prometió a su regreso, al final de los tiempos.

San Pablo nos saluda hoy de una manera muy particular. Desea que la paz y la gracia del Padre y el Hijo estén con nosotros. El Apóstol nos exhorta a dar testimonio de Cristo para mantenernos firme en la espera de su llegada. La invitación es para todos y Dios cumple su Palabra.

San Marcos, el evangelista de este nuevo año litúrgico, nos presenta la exhortación de Jesús a sus discípulos a mantenerse vigilantes porque no sabemos el día ni la hora de su regreso. Pero esta vigilancia no puede ser pasiva, nos requiere estar a la expectativa, en actitud de oración y trabajo incesante anunciando el reino de Dios. Que el mensaje de este evangelio nos impulse a asumir una actitud de vigilancia para lograr la salvación.

El Adviento es un tiempo de gran profundidad religiosa, porque está impregnado de esperanza y de expectativas espirituales: cada vez que la comunidad cristiana se prepara para recordar el nacimiento del Redentor siente una sensación de alegría, que en cierta medida se comunica a toda la sociedad.

El Adviento es el tiempo en el que los cristianos deben despertar en su corazón la esperanza de renovar el mundo, con la ayuda de Dios. En la exhortación que nos dirige el evangelio de hoy Jesús nos dice:” Velen, prepárense”, porque no se sabe cuándo volverá el Señor (cf. Mc 13, 33-37). Velar significa seguir al Señor, elegir lo que Cristo eligió, amar lo que él amó, conformar la propia vida a la suya. Velar implica pasar cada instante de nuestro tiempo en el horizonte de su amor, sin dejarse abatir por las dificultades inevitables y los problemas diarios… Pidamos al Señor que nos conceda su gracia, para que el Adviento sea para todos, un estímulo a caminar en esta dirección. (Benedicto XVI).

¿Cuál debe ser nuestro Adviento? Debe unir en sí un nuevo deseo de acercamiento de Dios a la humanidad, al hombre, y la prontitud para vigilar, es decir, la disposición personal a estar cerca de Dios.

Y la vigilancia no es otra cosa que el esfuerzo sistemático para quedar cercanos a Dios y no permitir su alejamiento. Significa estar constantemente dispuestos al encuentro.

Quisiera concluir este breve mensaje compartiendo el pensamiento del Santo Padre: el migrante no sólo es un hermano o una hermana en dificultad, sino es Cristo mismo que llama a nuestra puerta. Por eso, mientras trabajamos para que toda migración pueda ser fruto de una decisión libre, estamos llamados a tener el máximo respeto por la dignidad de cada migrante; y esto significa construir puentes y no muros, ampliando los canales para una migración segura y regular. Dondequiera que decidamos construir nuestro futuro, en el país donde hemos nacido o en otro lugar, lo importante es que haya siempre allí una comunidad dispuesta a acoger, proteger, promover e integrar a todos, sin distinción y sin dejar a nadie fuera. (cfr. Mensaje Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado 2023).

Que en este tiempo de Adviento nos acompañe la Santísima Virgen María, Madre de la espera y del silencio. Ella, que más que ninguna otra criatura supo acoger humildemente la voluntad de Dios, permitiendo así la obra de la Redención, les proteja, les sostenga y les bendiga.

Así sea.

San Pablo, Brasil, en la Iglesia Nossa Senhora Aparecida, Guarulhos.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya

 

Gentileza, Oficina de Comunicaciones Arzobispado de Asunción