Gustavo Alfonzo, presidente de la Asociación de la Fuerza Aérea Paraguaya de los excombatientes del ’89, todavía tiene frescos en su memoria los recuerdos del jueves 2 de febrero de 1989, cuando todavía era un sargento y mecánico de aviación, de 19 años.
Señala que ya le pareció raro que ese jueves no se jugó el tradicional partido de fútbol entre los camaradas. También muchas personas llegaban hasta la brigada para abordar las aeronaves y probar las miras de tiro.
En horas de la noche, se activó el Plan Alfa, que dictaba que todos los que estuvieran a 5 km de la unidad debían presentarse inmediatamente. Alfonzo recuerda que él y sus camaradas se sentían entre la espada y la pared, porque no todos los mandos apoyaban o estaban al tanto del golpe.
Él mismo señala que era leal al dictador, ya que nació y vivió bajo su régimen, pero que cambió su actitud aquella noche por la democracia. “Un sargento cobraba 7.900 guaraníes y un ascensorista del BCP cobraba 3 millones de guaraníes”, manifiesta.
La incorporación de la Fuerza Aérea a los sublevados significó un golpe de gracia para el dictador. Según el militar retirado, la primera pasada de los aviones Xavante sobre la escolta presidencial y el Estado Mayor convencieron a Stroessner de que ya todo estaba perdido.
Ese día pudo haberse dado un mayor derramamiento de sangre, ya que ya se había dado la orden de “soltar los caramelitos”, es decir, bombardear el sitio donde estaba refugiado el dictador. Gracias a Dios, eso se suspendió, dice Alfonzo.