Santa Francisca Javier Cabrini, religiosa y fundadora (1850 – 1917)

“Con tu gracia, amadísimo Jesús, correré detrás de ti hasta el final de la carrera, por siempre, por siempre (…)”. Palabras reveladoras del destino de una santa cuya existencia está marcada por viajes continuos, realizados para devolver la dignidad a los italianos dispersos por las Américas.

Francisca Javier Cabrini nace en 1850, en Sant´Angelo Lodigiano, Lombardía. Es la última de trece hermanos de una familia campesina, de fuerte espíritu religioso y patriótico. A los 27 años se hace maestra, con el nombre de Javiera Angélica del Niño Jesús, y comienza a enseñar en un instituto para niñas pobres, del que se convertirá en superiora, después de haber dado vida a las primeras Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón.

Sueña en ser misionera en China, pero el obispo de Lodi, preocupado por el flujo creciente de emigrantes, le asigna la misión de atenderlos. En pocos años, al primer instituto que acoge a huérfanas se añaden otros dos.

“No a Oriente, Cabrini, sino a Occidente”, le dirá el Papa León XIII. “Tu China son los Estados Unidos, donde hay tantos emigrantes que necesitan de asistencia”. Y así sucede cuando en 1889 se le propone la dirección de una escuela en Nueva York. Allí, Cabrini cuida de los huérfanos y de los enfermos. Promueve la fundación de casas, escuelas y de un gran hospital. Veinte años después ha abierto más de 60 institutos para las hijas de los inmigrantes italianos. Los Estados Unidos le conceden la ciudadanía y el Comité americano de la inmigración italiana la nombra “la más ilustre inmigrante del siglo”, mientras su actividad continúa incesante. A punto de naufragar, desembarca en Nicaragua y llega, luego, a Nueva Orleans, donde la comunidad italiana es mal vista y necesita ser reorganizada. Después vuelve a Nueva York. Allí transforma un gueto para inmigrantes en uno de los más importantes institutos médicos de la ciudad. Finalmente, llega a Buenos Aires, atravesando los Andes a lomo de mula, y fundará quince colegios.

Frágil, pero inquebrantable, incapaz de lamentarse, a pesar de su salud precaria, amaba repetir: “¿Nos sentimos mal? Sonriamos igual”. Muere en Chicago, en 1917, después de haber atravesado el Atlántico veinticuatro veces.

Es patrona de los migrantes.

Hoy también se recuerda a san Demetrio.

 

Departamento de Pastoral de Radio Cáritas Universidad Católica