Santa Lucila, virgen y mártir (siglo III)

Lucila es una santa poco conocida, de nombre antiguo y familiar, atribuido por los antiguos romanos a las niñas que nacían durante las primeras luces del día. Lucila, disminutivo de Lucía, quiere decir “pequeña luz”, justamente, en cuanto “nacida al alba”.

De Lucila mártir no se sabe nada con certeza, a no ser la leyenda que tanto favor encontró en los primeros años del cristianismo. Se cuenta, en efecto, que un tribuno romano, de nombre Nemesio, tenía una hija ciega de nacimiento. Además, que había pedido al Papa Esteban la gracia para su hija, no la luz de los ojos, sino la luz del alma, la gracia de la fe: “No pido el milagro de los ojos, sino la luz del alma para ella, la luz sobrenatural del bautismo”. El tribuno junto con su hija se habría hecho cristianos y el mismo Papa Esteban habría consagrado diácono al padre de Lucila.

Sin embargo, su existencia fue breve. La luz de este mundo cesaría de brillar para Lucila, después del martirio sufrido por ambos, bajo el emperador Valeriano, quien, en el 257, habría emanado el primero de los dos edictos contra los cristianos.

Decapitados en Roma, por orden del emperador, sus cuerpos habrían sido sepultados en un lugar secreto, asignado por el Papa Sixto II, el 31 de octubre de un año sin precisar, para, luego, exhumarlos y trasladarlos a la via Appia.

Más tarde, las reliquias de Lucila y de su padre serían recogidas por el Papa Gregorio IV, para ser, definitivamente, custodiadas en una tumba más digna, en la diaconía de santa María Nueva, junto con otros mártires romanos.

La pequeña mártir ciega, recordada por varios pontífices, se presenta, entonces, como un símbolo de la fuerza de la fe, como una llama de caridad, encendida sobre el mundo pagano, que ilumina, como un nuevo amanecer, los caminos de Roma. Y desde allí el mundo entero.

Hoy también se recuerda a los santos Quintín y Wolfgang.

 

                                               

Departamento de Pastoral de Radio Cáritas Universidad Católica