San Andrés, Apóstol y mártir (Siglo I)

La de Andrés es la palabra de alguien que esperaba con ansia la venida del Mesías, que aguardaba su descenso del cielo; saltó de gozo cuando lo vio llegar y se apresuró a comunicar a los demás la gran noticia. Diciendo a su hermano lo que había sabido, muestra cuánto quería a los suyos de manera sincera y cómo se preocupaba por guiarlos en el camino espiritual.

Asombra y encanta esta espontaneidad de Andrés, que, junto con su padre Jonás y su hermano Simón (a quien él mismo guiará por los caminos del Señor), se dedica a la pesca en el lago de Tiberíades, en Galilea.

Más aún, Andrés, con Juan, estará entre los más íntimos amigos de Jesús. Es él quien trae a Jesús los cinco panes y los dos peces que, milagrosamente, saciarán la multitud reunida para escuchar la palabra del Señor.

Es también él quien pregunta, en el monte de los Olivos, junto a Pedro, Santiago y Juan, cuándo ocurrirá la destrucción del templo resplandeciente ante sus ojos.

Después de la pasión, Andrés está con los demás apóstoles en el Cenáculo, en espera del Espíritu Santo. Después de Pentecostés, según la tradición, es Andrés quien anima a Juan a contar los hechos y los dichos de Jesús.

Según Orígenes, Andrés habría predicado el Evangelio en Rusia meridional (entre el Danubio y el Don), en el Ponto Eusino, en Capadocia, en Galizia y en Bitinia. Luego, según san Jerónimo, habría pasado a evangelizar Acaya, deteniéndose en Patrasso, donde habría sufrido el martirio alrededor del año 60, clavado, con los brazos dispuestos diagonalmente sobre una cruz que, desde entonces, se llamaría “cruz de san Andrés”. Después de su muerte, su fama se difundió e innumerables iglesias se levantaron en su honor.

Sus reliquias, trasladadas a Constantinopla en el siglo IV, después de largas vicisitudes, reposan ahora en Patrasso, Grecia, nación de la que es patrono, junto con Escocia, Rusia y España. En Tréveris, Alemania, sus sandalias están expuestas para la veneración de los fieles.

Es, además, protector de los pescadores, de los vendedores de pescado, de los carniceros y de los mineros, quienes, en el pasado, en la noche en su honor, dejaban su luz encendida.

 

Departamento de Pastoral de Radio Cáritas Universidad Católica