MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA

Evangelio según San Juan 10, 22-30 

“El Padre y yo somos una sola cosa”

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: “¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente”. Jesús les respondió: “Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa”. Palabra del Señor.

Meditación

Las obras de Jesús tienen una sola intención: que sus ovejas descubran que él es el Verdadero Cordero que quita el pecado del mundo, y encuentren en él Vida Eterna, como reza el Título de Aparecida: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros Pueblos en Él tengan Vida”. Permaneciendo en él no seremos arrebatados de sus manos amorosas y salvíficas.

El hombre posmoderno en medio de tantas ofertas mesiánicas es interpelado ¿Quién eres tú? Con total certeza reafirmamos: “ Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida y de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza”(DA 380). La Pascua es paso de la muerte a la vida, y esta vida se llama Cristo Resucitado.

 

-Señor, te seguiré donde quieras que vayas.

-Haz, Señor, que te descubra siempre vivo y presente en mi vida de cada día.

Gentileza del Arzobispado de Asunción