Tema: «Orar con la Palabra de Dios»

Predica: Mons. Miguel Cabello, Obispo de Concepción

 

Homilía: Mons. Miguel Ángel Cabello Almada, Obispo de Concepción.

1 – Orar con la Palabra de Dios

Queridos hermanos/as, estamos en el 4 ° Día del Novenario en honor a la Virgen de Caacupé, en el marco del Año de la Oración, donde queremos profundizar la importancia y necesidad de la oración en la vida del cristiano, de las comunidades eclesiales y de toda la sociedad. Por ello, prosiguiendo con el programa del Novenario hoy se nos propone el tema: “Orar con la Palabra de Dios”.

 Al respecto, sabemos que hay muchas formas de oración. A veces hacemos una oración recitada, de forma personal o comunitaria, especialmente en los Rosarios en familia o en grupos. Otras veces realizamos una oración mental, en silencio, ya en el templo, en el trabajo o en la casa. Algunos hacen oración contemplando la naturaleza, porque ella también nos habla de la grandeza y bondad de Dios, su Creador.

Hoy se nos propone “Orar con la Palabra de Dios”, es decir, con las Sagradas Escrituras o Biblia. Y es una de las formas más bellas y enriquecedoras. Esta forma o método de orar es muy antiguo. Ya lo recomendaban los Padres de la Iglesia; lo practicaban los monjes. En este tiempo, se está volviendo a recomendar insistentemente, dada su importancia, facilidad y buenos resultados para el fortalecimiento de la espiritualidad del cristiano. A este método de oración se le llama Lectio divina o Lectura divina. ¿En qué consiste realmente? Se trata de la lectura orante, individual o comunitaria, de un texto bíblico, bajo la moción del Espíritu.

En la oración cotidiana generalmente decimos que le hablamos a Dios. Sin embargo, leyendo la Biblia, Dios nos habla. Por eso lo recomendaban los Padres de la Iglesia, como San Cipriano (208-258), quien decía: “Dedícate con asiduidad a la oración y a la Lectio Divina. Cuando rezas hablas con Dios, cuando lees es Dios quien habla contigo”. San Ambrosio (340-397), por su parte, señalaba que “a Dios hablamos cuando oramos; a Dios oímos cuando leemos su Palabra”. El mismo San Agustín (354-430) también enseñaba: “Tu oración es un coloquio con Dios. Cuando lees la Sagrada Escritura es Dios quien te habla; cuando oras, eres tú quien hablas a Dios”.

Por ello, leer la Biblia es fundamental para conocer mejor a Dios: su Palabra, su corazón, su voluntad, su plan de salvación. La Lectio divina es un método de oración que, bajo la moción del Espíritu Santo, nos conduce al encuentro con Dios Padre, con su Hijo Jesucristo, para estar en comunión con Él y testimoniarlo en el mundo.

2- Pasos de Lectio divina

La Lectio divina tiene unos pasos, interrelacionados entre sí, que es importante verlos brevemente:

1er.Paso: Lectio o Lectura. Es leer atentamente el texto bíblico, buscando conocer qué es lo que dice el texto en sí mismo o preguntándonos qué es lo que verdaderamente está afirmando el autor sagrado. Porque Dios se sirve del lenguaje humano o del autor bíblico para manifestarse Él y sus planes de salvar al hombre. Este primer momento tiene sus dificultades, porque estamos ante una obra literaria, y los acontecimientos y palabras necesitan comprenderse según su propio contexto histórico y cultural. La pregunta que nos puede guiar es: ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo?

2do.Paso: Meditatio o Meditación. Aquí nos preguntamos: ¿Qué me dice o nos dice el Señor por las palabras del texto bíblico leído? Porque a veces Dios quiere consolarte si estás triste; quiere despertarte si estás dormido; interpelarte y sacudirte si estás acomodado, apático y sin compromisos en la vida. Entonces, esa Palabra de Dios escrita hace muchos siglos, se vuelve Palabra actual para ti, hoy, para discernir tu quehacer personal o comunitario. De este modo, escuchamos a Dios y, a la vez, nos escuchamos a nosotros mismos, nuestras voces interiores que hablan de mi/nuestra situación. En este paso es fundamental el “silencio”, interior y exterior, que en este mundo actual es a veces difícil de lograr. Pero debemos educarnos y practicar el recogimiento, la calma interior, para contrarrestar el ritmo frenético que llevamos, bajar los ruidos, controlar las distracciones y advertir los mecanismos intencionados que usa la sociedad de consumo para embrutecer a las personas, de tal manera que no escuchen la voz de Dios, no vean la realidad, no sientan las necesidades de los pobres, no piensen y no se revelen para salir de sus ataduras y volverse protagonistas de los cambios necesarios para una mejor sociedad.

3er.Paso: Oratio u Oración: Aquí tenemos como pregunta guía: ¿Qué le digo o decimos al Señor como respuesta a su Palabra de vida y desde mi condición de hijo y hermano? Las respuestas necesariamente serán diferentes. A veces, esa Palabra me moverá a darle gracias a Dios por su bondad, por sus beneficios. Otras veces me ayudará a darme cuenta de mis faltas y me impulsarán a cambiar, a mejorar. En otra ocasión me ayudará a reconocer que estoy atado por el rencor, el odio, la envidia y me animará a decirle a Dios: “Señor, de hoy en adelante ´perdonaré a mi hermano/a´”. Era egoísta, individualista, mezquino; por ello, a la luz de la Palabra de Dios puede que me haya ayudado a reconocer que soy deshonesto, ladrón, un corrupto. Por tanto, como respuesta, me comprometeré, como Zaqueo, a cambiar de vida, a respetar los bienes de mi semejante, de la comunidad, del país; a devolver lo robado, a restituir de alguna manera a quien he perjudicado. O, como María Magdalena y tantas mujeres pecadoras, comenzaré una nueva vida. En fin, la oración, como respuesta al Señor que me ha hablado, puede ser así de alabanza, de acción de gracias, de intercesión por mis hermanos, de pedido de perdón y de decisión firme a renovar mi vida ante Dios y ante los demás.

4to. Paso: Contemplatio o Contemplación y Actio o Acción: Aquí me pregunto: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida me (nos) pide el Señor? ¿Qué acciones la expresan? Porque ´contemplar´ no es sólo mirar asombrado a Dios, sino sobre todo darme cuenta que Dios me mira, con amor y misericordia. Y me está diciendo: “Hijo mío, mírate, cambia tu vida, mejora, no dejes que esos vicios y pecados te superen, se apoderen de ti”. Como vemos en los Evangelios, las miradas de Jesús han ayudado a cambiar la vida de muchas personas. Así también, contemplando a Cristo Jesús, me irá transformando, de tal manera que mis ojos vean como Él, mi corazón palpite sus sentimientos, piense y tenga el coraje que le caracterizaba. Asimismo, contemplando bien a Cristo, me llevará necesariamente a descubrirlo en los pobres y marginados, que mucho nos hace falta hoy. Por ejemplo: que pueda verlos en los indígenas pisoteados en sus derechos humanos, desalojados con violencia de sus tierras. Contemplando a Cristo, podré reconocerlo en los campesinos abandonados a su suerte, expulsados forzadamente del campo y obligados a vivir como mendigos en la ciudad. Si contemplamos de verdad a Cristo, podremos reconocerlo también en las mujeres maltratadas, en las víctimas de abuso y violación; en los niños sin educación, sin salud, sin un cálido hogar. Contemplando a Cristo, puedo también descubrirlo en las personas sin empleo, en los jóvenes sin estudio y sin trabajo, en los enfermos, ancianos y ancianas, etc.

Sin lugar a dudas, la violencia en los hogares y en la sociedad, la corrupción en las instituciones, la delincuencia en la calle, la ambición desmedida y la búsqueda del enriquecimiento a toda costa, la práctica del fraude, del robo, etc., tienen en gran medida su raíz en una población que no cree en Dios, no le reza, no dialoga con Él. O quizás ora, pero ora mal, sin el ánimo adecuado y sin proyección en la vida.

La oración con la Palabra de Dios debe llevar al creyente a convertirse en don para los demás, a poner en íntima relación la Palabra y la vida; debe llevar a vivir el amor a los demás, porque el que conoce y ama a Dios, debe amar también a su hermano, decía el Evangelista Juan en su carta. Por eso, si uno dice que conoce y ama a Dios, pero no ama a su semejante, Dios mismo le dirá: “¡Qué mentiroso sos!”.

De este modo, la contemplación no nos separa de la realidad ni nos vuelve pasivos. Al contrario, la contemplación lleva necesariamente a la vida, a la acción, a la misión.

La auténtica contemplación del misterio de Dios de ninguna manera es ´evasora´ de la realidad; jamás puede ser –como dirán algunos- “opio del pueblo”, que adormece y anestesia. La oración con la Palabra de Dios, sin embargo, convierte, transforma y compromete en el servicio del Reino, en la construcción de una sociedad mejor.

La Virgen María, en este sentido, es modelo de mujer orante con la Palabra. Porque Ella ha escuchado las palabras del Ángel Gabriel; ha acogido la Palabra, el Verbo de Dios hecho carne en su seno. Ha escuchado las palabras de su Hijo Jesús y las ha meditado en el silencio de su corazón. Pero, sobre todo, ha cumplido esa Palabra de Dios. En efecto, ha dicho: “Hágase en mí según tu Palabra”. Y perseveró en su “sí” a la Palabra, a pesar de sus sufrimientos, dolores y lágrimas. Por eso, a Ella nos dirigimos hoy para que nos anime a orar con la Palabra, a practicar este método de la Lectio divina, tan sencillo, pero tan importante para ir transformando nuestra vida personal, familiar y comunitaria.

Hermanos/as, ¿ustedes tienen Biblia? Si no la tienen, debe procurar conseguirla cuanto antes y orar con ella. No la tendrán solo como ádorno´, sino la usarán como instrumento de oración cotidiana.

Para practicar el método de la Lectio divina, podrán pedir la ayuda de sus sacerdotes, de las hermanas religiosas y de los catequistas. Ellos son expertos en el conocimiento y práctica de esta forma de oración. Hagan también la práctica de la lectio comunitaria, para sacar aún un mayor provecho.

Al finalizar, pidamos una vez más a Jesús: “Señor, enséñanos a orar”. Y a la Virgen de Caacupé: “Madre, intercede por nosotros”, para aprovechar este Año de la oración que comienza, para aprender a orar más y mejor, para vivir más coherentemente nuestro ser cristiano y ayudar así a mejorar nuestro querido Paraguay.