En un horno tandoori unas afganas cuecen pan tradicional en un restaurante de Kabul. A pesar del calor al menos aquí respiran. Son mujeres rescatadas de la violencia doméstica, algunas supervivientes, a las que Mary Akrami tendió la mano. Nunca volverán a casa. Mary Akrami fue la primera afgana que ayudó a las mujeres de su país que huían de la violencia familiar o conyugal y acababan durmiendo en la calle por haberse rebelado.
Esta mujer bajita de 45 años, que de joven acudió a la primera conferencia internacional sobre Afganistán en Bonn en 2001, el día después de la intervención estadounidense, teme perderlo todo cuando las tropas de Estados Unidos hayan concluido su retirada del país.
“La comunidad internacional nos ha apoyado, animado, financiado. Estábamos en primera línea y ahora nos ignora”.
Durante el régimen de los talibanes esta estudiante se exilió en Pakistán y en 1995, con unas amigas, abrió escuelas para mujeres afganas refugiadas y fundó su primera oenegé.
Un respiro
A su regreso, con la ayuda de organizaciones europeas, en 2002 abrió el primer refugio para mujeres en Kabul.
“Queríamos crear un lugar seguro. Una mujer o una niña que se escapa, o que sale de la cárcel, no tiene adónde ir”.
Los talibanes en el poder las metían en la cárcel por haber salido de casa sin un “mahram”, un mentor masculino. “Una vez liberadas, las familias las rechazaban”.
Hoy, como directora de Afghan Women’s Network (AWN), gestiona 27 “albergues”, casas o apartamentos que mantiene en secreto o alejados de las miradas, bajo la tutela del ministerio de la Mujer. Una red de solidaridad en todo el país, donde esposas, hijas, madres y hermanas víctimas de la violencia pueden respirar tranquilas.
“Nunca me hubiera imaginado semejante colección de torturas y actos violentos”.
“Los hombres nunca se preguntaban por qué las mujeres huían de casa”.
Entonces decidió confrontar los ministros del Interior, Justicia, Asuntos Religiosos y a los jueces de la Corte Suprema a la dura realidad que padecían las mujeres.
“Lloraron”
“Los llevamos a los albergues: lloraron”. En 2005, el presidente Hamid Karzai firmó un decreto que validaba su existencia.
“Las autoridades afganas han cumplido sus compromisos. ¿Lo habrían hecho sin la presión de la comunidad internacional?”, se pregunta.
Casi 20.000 mujeres pasaron por los refugios de AWN desde su creación. Aprendieron a leer y a escribir; algunas, que llegaron siendo bebés con sus madres, crecieron en ellos. Trabajan, algunas van a la universidad y vuelven por la noche para dormir.
Para las que no han podido irse por falta de una alternativa, Mary Akrami abrió un restaurante, un lugar “familiar” donde las mujeres rescatadas del naufragio y a veces de la muerte pueden desarrollar su talento culinario.
Hasanat (nombre ficticio para protegerla) fue entregada a la familia de su marido, mucho más joven que ella, para enmendar una falta de su hermano.
La molieron a golpes y le hicieron cortes con un cuchillo. Huyó después de un intento de estrangulamiento que le dejó la voz ronca. Una desconocida la llevó a un albergue de Mary Akrami. Ahora con 26 años se ha convertido en la reina los pinchos.
“Aprendí a leer y puedo hacer kebabs para 100 personas. Puedo ser independiente”, dice en este restaurante que solo recibe a los hombres si llegan escoltados por mujeres. Su forma particular de expresar desprecio por el “mahram”.
A expensas de las mujeres
Actualmente, Mary Akrami, que lo ha dado todo por las mujeres afganas, su tiempo, su energía e incluso su vida personal, teme perder incluso su país.
Después de más de veinte años de lucha no quiere una paz sellada a expensas de las mujeres y lo dijo alto y claro a finales de junio ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que la había invitado.
Muy enfadada, recuerda que los estadounidenses no exigieron ninguna garantía de protección para las mujeres, ni siquiera para los civiles, al firmar el acuerdo de retirada con los talibanes.
El viernes los talibanes afirmaron controlar el 85% del territorio de Afganistán, incluidos dos importantes pasos fronterizos con Irán y Turkmenistán, tras una ofensiva de dos meses contra las fuerzas de Kabul aprovechando la retirada militar de Estados Unidos.
Las fuerzas afganas han perdido mucho terreno, especialmente en las zonas rurales, y los talibanes cercan las principales ciudades, como Herat, y controlan o disputan carreteras estratégicas, cortando el país en territorios aislados por la guerra.
Aseguran que respetarán los derechos otorgados a las mujeres “por la ley islámica”, pero evitan entrar en detalles.
¿Qué pasará entonces con los refugios de Mary? ¿Con esas mujeres que ha acogido? Algunos “albergues” ya han sido cerrados en ciudades del norte rodeadas por los talibanes.
Más de 180 jóvenes con estudios, periodistas, jueces o activistas de derechos humanos murieron en un año en asesinatos selectivos atribuidos a los talibanes.
“¿Por qué la comunidad internacional no dice nada?”
Mary Akami protesta indignada: “Es difícil para nosotros obtener un visado, pero los talibanes y los viejos señores de la guerra, van y vienen cuando quieren”.