Debilitada por las luchas intestinas y las derrotas militares en el terreno en Siria, la oposición política en el exilio no ha logrado en 10 años de guerra unificar sus filas para presentar una alternativa creíble al régimen de Bashar al Asad.
Pese a los esfuerzos para derrocar al gobierno tras el inicio de la revuelta popular, que reclamaba la salida del jefe del Estado, la realidad es que los opositores están marginados y Al Asad continúa ejerciendo el poder que asumió hace 21 años.
Entidades, reuniones, grupos
Los grupos de oposición, que participan en negociaciones apadrinadas por la ONU y apoyados por potencias extranjeras, no han logrado construir puentes sólidos con los del interior e incluso han sido acusados de estar fuera de la realidad y de no representar a los rebeldes que combaten al ejército sirio.
La primera reunión ampliada de la oposición se celebró en junio de 2011 en Turquía, unos meses después del inicio de la revuelta el 15 de marzo que aplastó el régimen.
En ella participó un amplio espectro de disidentes: Hermanos Musulmanes, prohibidos en Siria, intelectuales, periodistas y figuras de la oposición que reclamaban reformas democráticas, tribus y jóvenes militantes.
El Consejo Nacional Sirio, primer gran bloque opositor, se creó en octubre de 2011, antes de transformarse un año después en una “Coalición Nacional de las Fuerzas de la Revolución y de la Oposición Sirias”, que congrega también a los opositores del interior.
La Coalición, establecida en Doha, fue considerada entonces como la más representativa de la oposición.
A finales de 2012, más de un centenar de países, entre ellos occidentales y árabes, la consideraron como la “única representante del pueblo sirio”. El régimen estaba entonces en apuros tras una serie de reveses militares.
Pero la represión era implacable y la militarización de la “revolución” abrió la puerta a la implicación de varios países. Catar y Arabia Saudita armaron a las facciones rebeldes.
Desde 2014, bajo la égida de la ONU, la Coalición realizó negociaciones infructuosas con el régimen. El principal escollo era la salida de Asad.
Yihadistas, atentados
Las facciones armadas proliferan, apoyadas por padrinos extranjeros con intereses divergentes. El apoyo militar de Occidente es tímido.
La llegada progresiva de organizaciones yihadistas, sobre todo del grupo Estado Islámico (EI) a partir de 2014, acaparó la atención internacional. Miles de combatientes extranjeros llegaron a Siria y al vecino Irak y se multiplicaron los atentados sangrientos, incluso en Europa.
La comunidad internacional, liderada por Washington, puso en pie una coalición que apoyaría con sus bombardeos aéreos a una milicia kurda siria que luchaba contra los yihadistas en Siria.
Sin embargo, los rebeldes que combatían al ejército de Asad no recibieron apoyo.
Pero la oposición en el exilio seguía operando. Apadrinado por Arabia Saudita, el Alto Comitié de Negociaciones (ACN) vio la luz a finales de 2015 y se crearon otras coaliciones, como el Grupo de El Cairo o el Grupo de Moscú.
En Siria, una oposición política tolerada por Damasco proseguía una actividad discreta: partidos de izquierda, kurdos y nacionalistas, así como militantes que estuvieron detenidos por el régimen con anterioridad.
En 2017, el ACN, los Grupos de El Cairo y de Moscú se aliaron para formar una sola delegación en las negociaciones con el régimen.
“No están a la altura”
En el terreno, los rebeldes sufrían derrota tras derrota y perdieron sus feudos: primero Alepo a finales de 2016 y después el este de Guta en abril en 2018.
Los países que apoyaban a la oposición, para la que la salida de Asad era una condición insoslayable, se dieron cuenta de que era cada vez más fuerte, tras el rosario de victorias militares que cosechó gracias al apoyo de sus aliados ruso e iraní.
Los disidentes estaba presionados para adoptar una actitud más conciliadora.
Ilustrando la evolución del conflicto, las negociaciones de Ginebra se han visto eclipsadas por el denominado proceso de Astana, promovido por Rusia e Irán con Turquía, que apoya a los rebeldes.
Actualmente, las negociaciones entre oposición y régimen bajo la égida de la ONU se resumen a trabajos de un comité constitucional, que parece condenado al estancamiento.
“La oposición es una de nuestras decepciones”, critica el militante Mazen Darwiche encarcelado tres años en las mazmorras sirias y actualmente exiliado en Europa.
Arremete contra opositores que se comportan como “embajadores” que defienden “los intereses” de uno u otro país.
“Al principio de la revolución, soñábamos con una Siria que no estuviera dirigida por un régimen dictatorial”, dice por su parte Jaled Okacha, que huyó del este de Guta y se refugió en Idlib (noroeste), último bastión rebelde y yihadista en Siria.
“Los logros de la oposición no han estado a la altura de lo que esperábamos. Hemos perdido diez años de nuestra vida, el país está destruido y el régimen es todavía más represivo y criminal”, agrega.