Los georgianos votan el sábado en elecciones legislativas muy disputadas y marcadas por la unión sin precedentes de la oposición contra el partido gobernante liderado por el hombre más rico de este país montañoso del Cáucaso.

Las manifestaciones poselectorales son frecuentes en este país de casi 4 millones de habitantes, considerado una de las pocas democracias de la ex Unión Soviética.

Dos personalidades dominan la política de este país que bordea el Mar Negro, el expresidente en el exilio Mijeíl Saakashvili, de 52 años, y el multimillonario Bidzina Ivanishvili, de 64, un ex primer ministro.

Este año la formación de Saakashvili, el Movimiento Nacional Unido (UNM), ha logrado unir a varios grupos opositores para hacer frente en las urnas al partido en el poder desde 2012, Sueño Georgiano, controlado por Ivanishvili.

Las voces más críticas acusan a este último de perseguir a los opositores y de haber reforzado la corrupción del sistema político.

Mourtaz Beridze, un historiador de 67 años, estima que «nada funciona correctamente» en Georgia, «ni las instituciones, ni la policía, ni la fiscalía ni los tribunales».

Según él, «todo está controlado por la persona que vive allá arriba en la montaña», declara a la AFP, refiriéndose a Bidzina Ivanishvili, cuya mansión, encaramada en las alturas, señorea la capital, Tiflis.

– «Recursos financieros» –

Prácticamente todos los partidos de la oposición, incluido el de Saakashvili, negociaron la creación de una coalición en caso de victoria. Según los expertos, el desenlace de la votación es incierto ya que la oposición solo tiene una pequeña ventaja.

El partido gobernante puede movilizar «recursos financieros y administrativos ilimitados» para derrotar a sus adversarios, considera el experto Gia Nodia.

Dada la complejidad de las reglas electorales es posible que los resultados de los comicios no se conozcan hasta finales de noviembre.

En los últimos años la popularidad de Sueño Georgiano se ha desgastado, en un contexto de dificultades económicas y de acusaciones de que socava la democracia.

«Un oligarca que posee el 40% de la riqueza del país se ha apropiado de él y lo dirige como un feudo», denuncia Saakashvili, entrevistado por la AFP.

Después de una reforma que entró en vigor este año, los partidos pequeños tendrán más posibilidades de obtener un escaño en el parlamento (el umbral electoral obligatorio es de solo el 1% de los votos).

El primer ministro Giorgi Gakharia, de Sueño Georgiano, afirmó que la votación fortalecerá «el pluralismo del Parlamento» y que una victoria de su partido acercará a Georgia de la Unión Europea y la OTAN.

Moscú ve con malos ojos la voluntad de Tiflis de adherirse a la OTAN. En agosto de 2008, estas tensiones degeneraron en una guerra entre Georgia y las regiones secesionistas de Osetia del Sur y Abjasia, ambas apoyadas por el ejército ruso.

Georgia fue la perdedora en este conflicto armado de cinco días, tras el cual el Kremlin reconoció la independencia de las dos repúblicas y desplegó tropas en ellas.

– «Intimidaciones» –

Varios países occidentales han acusado al gobierno de ejercer presiones políticas. Durante la campaña, Tina Bokuchava, del partido de Saakashvili, denunció «intimidaciones» y agresiones físicas contra candidatos de la oposición y sus simpatizantes.

El carismático reformista Mijeíl Saakashvili llegó a la cabeza de Georgia en 2003 después de una revolución pacífica. Diez años después se vio obligado a huir del país frente a los procesos judiciales por abuso de poder.

Vive en Ucrania, donde el presidente Volodímir Zelensky lo nombró director de un consejo de reformas.

«¿Cómo se pueden considerar unas elecciones libres y justas si el principal líder de la oposición no puede regresar a su país y hacer campaña?», afirma a la AFP, y añade que su gran adversario, Ivanishvili, «se dispone a amañar las elecciones».

Más allá del enfrentamiento entre dos personalidades, muchos georgianos están más preocupados por el estancamiento de la economía, el aumento del precio de los alimentos y de los medicamentos o la falta de perspectivas para los jóvenes.

Eteri Demurashvili, de 80 años, cuenta con amargura que su nieto tiene «diploma pero no trabajo».
Fuente: AFP