Víctima de un atentado, Mohamed al Abdalá vive con fragmentos de metal en su cuerpo. Desde entonces, este joven de 17 años ha dependido para su tratamiento de la ayuda transfronteriza que la ONU provee al noroeste de Siria. Al igual que millones de sirios, corre el riesgo de pronto verse privado de esta ayuda: Rusia quiere enterrar definitivamente este mecanismo de asistencia humanitaria en vigor desde 2014, y que expira en principio el 10 de julio.
Más del 80% de la población del noroeste sirio depende de este dispositivo para sobrevivir, de acuerdo a la ONU. Éste permite trasladar –sin apoyo de Damasco– medicinas, alimentos, mantas, colchones e inclusive vacunas anti-covid hacia territorios sumidos en la pobreza, que escapan al control del régimen, y están controlados sobre todo por rebeldes y yihadistas.
“Todos mis medicamentos provienen del exterior”, se inquieta Mohamed al Abdalá, que vive en un campamento para personas desplazadas, en medio de los olivares de Azaz, en el norte de la provincia de Alepo.
En 2014, la explosión de un coche bomba mató al padre de este adolescente y a él le lesionó la columna vertebral.
“Si esto se mueve apenas un milímetro me quedo paralítico, es lo que me dijeron los médicos”, se lamenta el adolescente, que comparte una carpa con su madre, su hermana viuda y dos sobrinos.
Contra el dolor solamente cuenta con el tratamiento brindado por las oenegés.
Mohamed al Abdalá, desplazado sirio, muestra sus cicatrices, el 22 de junio de 2021 en Azaz, Siria© AFP Bakr Alkasem
El dispositivo transfronterizo, salvado ‘in extremis’ el año pasado, ya ha sido reducido drásticamente a un solo punto de acceso, el de Bab al Hawa (noroeste), que permite enviar ayuda de la ONU y sus socios a través de Turquía.
La ONU y Occidente solicitan una prórroga de otro año suplementario. Una votación crucial tendrá lugar en el Consejo de seguridad de las Naciones Unidas, en el que Moscú ha recurrido con frecuencia a su derecho de veto.
“Si el puesto fronterizo cierra (…) ya no podré moverme”, predice Mohamed. “No me sostendrían las piernas, el dolor es insoportable”, añade.
“Catástrofe humanitaria”
En el noroeste sirio, unos tres millones de personas viven en la provincia de Idlib, último gran bastión yihadista y rebelde en el país. También hay varios bolsones controlados por facciones pro-turcas.
Un campo de desplazados sirios en al-Bab, en el noroeste de Alepo, en Siria, el 23 de junio de 2021© AFP Bakr Alkasem
De no renovarse el mecanismo, la región “se sumiría en una catástrofe humanitaria”, advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS), y añade que este corredor también es “vital para enfrentar al coronavirus”.
El año pasado, unos mil camiones al mes cruzaban la frontera para transportar ayuda humanitaria a unos 2,4 millones de personas, señaló a la AFP la agencia de la ONU.
La OMS suministra, sobre todo, kits de hemodiálisis y anestesia, medicamentos contra la diabetes, la tuberculosis y la leishmaniasis, enfermedad parasitaria de la piel muy común en Siria, pero además equipamientos para hospitales y cuidados intensivos.
Irlanda y Noruega, dos miembros no permanentes del Consejo de seguridad, presentaron un proyecto –cuya copia pudo consultar AFP– pidiendo el mantenimiento de Bab al Hawa durante un año y reabrir el corredor de Al Yarubiyá. Éste permitía antes de ser cerrado en 2020 enviar ayuda desde el vecino Irak hacia los territorios kurdos del noreste.
Moscú, aliado incondicional del régimen, pide el fin de este dispositivo y reimplantar la plena soberanía siria, y así la ayuda internacional pasaría por Damasco.
En un comunicado, la oenegé Amnistía Internacional consideró “absurdo” suponer que el régimen podría paliar la retirada de la ayuda de ONU, recordando que “las autoridades son conocidas por bloquear cualquier acceso humanitario sistemáticamente”.
Ahmed Hamra, sirio con ambas piernas amputadas, sentado junto a su hijo en Azaz, noroeste de Siria, el 22 de junio de 2021© AFP Bakr Alkasem
Otro desplazado minusválido, Ahmed Hamra, también se inquieta por la supresión de la ayuda humanitaria. Con las piernas amputadas a la altura de las rodillas, fue víctima de un ataque aéreo en el que murió su hermano, y desde entonces recibe cotidianamente inyecciones de analgésicos.
“Se trata de ayuda brindada por clínicas”, señala este desplazado de 37 años. “No tengo medios para comprar lo que sea en la farmacia”.
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