En las calles de Kunduz, en el noreste de Afganistán,los talibanes patrullaban este miércoles mostrando una amplia sonrisa, en tanto los civiles, que temen por sus vidas, huían de la ciudad. Un combatiente barbudo, con su arma al hombro y vistiendo uniforme de camuflaje, con una sonrisa de oreja a oreja, intercambiaba un apretón de manos amistoso con alguien que se la extendía desde un automóvil.
Animados por la retirada de las fuerzas extranjeras, que habrán abandonado Afganistán de manera definitiva a fines de este mes tras 20 años de presencia, los talibanes han aumentado su control sobre vastos territorios en el norte del país.
El domingo, se apoderaron de Kunduz, la gran urbe del noreste afgano, y en los últimos días de otras ocho capitales provinciales, en el marco de una ofensiva relámpago lanzada desde mayo que se ha acelerado recientemente, y ante la cual el ejército afgano se muestra impotente.
Este miércoles, combatientes insurgentes coparon las calles de Kunduz montados en sus motocicletas o en vehículos todoterreno -incautados al ejército afgano- mientras posaban para las fotos.
Entretanto en el aeropuerto centenares de efectivos de las fuerzas de seguridad que se habían atrincherado allí tras la caída de la urbe, se encontraron rodeados, por lo que decidieron entregarse a los talibanes.
Los civiles que lograron huir de Kunduz en estos últimos días narran represalias contra funcionarios del gobierno, ejecuciones sumarias, decapitaciones y raptos de niñas para casarlas por la fuerza con los combatientes.
“Vimos cadáveres en el suelo cerca de la prisión (…) Había perros junto a ellos”, señaló Friba, de 36 años, una viuda que salió de Kunduz el domingo con sus seis hijos en volandas.
Como muchas otras personas que se animaron a hablar con la AFP, pidió no ser del todo identificada por temor a represalias.
Cicatrices de los combates
Abdulmanan, otro desplazado de Kunduz, señaló a la AFP que los talibanes decapitaron a uno de sus hijos. Lo agarraron “como si fuera una oveja, le cortaron la cabeza con un cuchillo y la tiraron”.
Estas afirmaciones no pudieron ser verificadas con una fuente independiente por la AFP.
Los talibanes, por su parte, niegan haber cometido atrocidades en los territorios que ahora controlan.
Cuando detentaron el poder, entre 1996 y 2001, impusieron una versión ultraortodoxa de la ley islámica (Sharia).
A las mujeres se les prohibía salir de sus hogares sin un acompañante masculino y tampoco podían trabajar, ni las niñas ir a la escuela. Aquellas acusadas de delitos como el adulterio eran azotadas y lapidadas hasta la muerte.
Bandera de los talibanes flamea en la plaza central de Kunduz, Afganistán, el 9 de agosto de 2021© AFP –
En Kunduz, que ya había caído dos veces en manos de los talibanes, durante dos semanas en 2015, y por sólo un día en 2016, aún son visibles las cicatrices de los combates en las paredes de las tiendas, entre otros.
Pese a todo, en estos días la vida fue retomando de a poco su ritmo normal. Los conductores de triciclos esperan a los pasajeros de una barcaza cerca de un edificio derrumbado tras una explosión, los taxistas hacen sonar sus cláxones y los ciclistas pedalean ante la gran plaza central, sobre la cual flamea una bandera talibana.
Pero, los habitantes temen por lo que les espera bajo el régimen de los insurgentes.
“La gente abre sus tiendas y negocios. Pero aún puede verse el miedo en sus miradas (…) el combate puede reanudarse en la ciudad en cualquier momento”, señaló Habibulá, un comerciante.