Hoy celebramos la décima Jornada Mundial de los Niños de la Calle, que según la ONU son casi 150 millones en el mundo. Los salesianos de Rango, en Ruanda, abren las puertas de su escuela profesional a menores sin familia: «Buscan amabilidad, comida y volver a sus pupitres para construir un futuro de esperanza».

Alessandro Di Bussolo – Ciudad del Vaticano

Los «meninos da rua» surcan con sus pequeños pies no sólo las calles de Río y de todo Brasil, de donde procede su nombre más famoso, sino también las calles, a menudo peligrosas y casi siempre indiferentes, de todo el mundo. Street children, niños de la calle, bambini di strada: según la ONU, que en 1989 aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño, y en 2017 la Observación General sobre los Niños de la Calle; hay casi 150 millones, en todo el mundo, de menores «para los que la calle representa el hogar y/o la principal fuente de sustento y que no están adecuadamente protegidos o supervisados».

La definición es de UNICEF, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia; pero el Día Mundial de los Niños de la Calle, que se celebra hoy, 12 de abril, fue creado en 2011 por el Consorcio para los Niños de la Calle (CSC), una red mundial que reúne a más de cien ONG que trabajan en 135 países para ofrecer un futuro a los niños de la calle y hacer que sus voces sean escuchadas.

La ONU pide a los gobiernos velar por los derechos de todos los niños

Los niños de la calle se ven privados de sus derechos fundamentales, el primero de los cuales es el derecho a la protección, al acceso a los servicios esenciales de atención social y sanitaria, a la educación y a la atención familiar. Y tanto en Etiopía como en el Congo, en la India y en Myanmar, en Timor Oriental y en Filipinas, en Ecuador y en Brasil, pero también en Europa; sigue creciendo el empobrecimiento de las familias sobre todo por la pandemia.

Esto es así a pesar de que la ONU, en su Observación General de 2017, proporcionó directrices autorizadas para que los gobiernos garanticen que los niños de la calle tengan acceso a los mismos derechos que los demás niños. Pero también es difícil hacer estimaciones de su número real, ya que estos niños casi parecen no existir, escapan a las estadísticas y los censos y están excluidos de las políticas estatales. Tienen la calle como hogar a causa de la pobreza, la inestabilidad familiar, la violencia y los abusos, las guerras o los cataclismos naturales y, por supuesto, la migración forzada por todas estas causas.

Niños de la calle de Rango asistidos por los feligreses de la iglesia de San Juan Bosco.

Niños de la calle de Rango asistidos por los feligreses de la iglesia de San Juan Bosco.

Ruanda: los niños de la calle de Rango y la escuela Don Bosco

En Rango, en el sur de Ruanda, en el distrito de Huye, en la parroquia de San Juan Bosco, creada en 1996 por los misioneros salesianos, Kande (nombre ficticio) llegó pidiendo un trozo de pan. Cuenta que acabó en la calle cuando tenía 10 años. «Ahora tengo 16 años. La vida era dura. A veces la policía venía a detenernos y nos llevaba al centro de rehabilitación de Mbazi, donde permanecíamos durante unos cinco meses, y cuando volvías  te costaba encontrar incluso un lugar donde dormir y al final teníamos que dormir bajo los puentes».

Junto a él, toma la sopa que le ofrecen el párroco Don Remy y sus voluntarios, Dakarai, quien salió a mendigar a la calle después de que su madre matara a su padre en una disputa familiar y acabara en la cárcel. «He estado viviendo en la calle durante unos 13 años», dice, «hasta que ahora he tenido la oportunidad de estudiar mecánica gracias a los Salesianos de Don Bosco».

Un centro de formación desde 1996, 2 años después del genocidio

Junto a la parroquia, de hecho, desde 1996, dos años después del terrible genocidio de 800.000 tutsis y hutus moderados, funciona el Centro de Formación Profesional «Don Bosco» de Rango, que en el curso 2020, antes de la llegada de la pandemia, contaba con 100 alumnos en los cursos de construcción, sastrería, soldadura, mecánica, cocina, carpintería, disciplinas hoteleras y peluquería, y recientemente también ofrecía cursos para esteticistas.

Niños de la calle en el patio del Centro de Formación Profesional de Rango (Ruanda).

Niños de la calle en el patio del Centro de Formación Profesional de Rango (Ruanda).

«Aunque no comas, vuelves a la escuela por un objetivo»

«Estoy agradecido a los sacerdotes porque me llevaron hacia la formación profesional», explica Juvenal, «hoy estudio mecánica con mis compañeros pero no tenemos todo lo que necesitamos. Carecemos de uniformes escolares, e incluso las camisas y los zapatos son difíciles de encontrar debido a la pobreza. Pero si te falta algo para comer lo soportas y vuelves a la escuela porque tienes una meta que alcanzar». 

Don Remy: próximamente una cocina para comer

«Vienen de la calle pidiendo comer y a muchos de ellos logramos incluirlos en cursos profesionales como los de mecánico y zapatero -dice el párroco P. Remy Nsengiyumva-, les ofrecemos material escolar y uniformes, pero el problema es la comida. Algunos, de hecho, viven completamente en la calle, otros reciben comida en las familias de acogida. Otros, en cambio, sólo comen por la noche, donde estudian para los cursos técnicos».

Para ellos, Don Remy y sus feligreses se están organizando para montar un pequeño comedor y cocinar al mediodía, cuando terminan las clases en el Centro de Formación Profesional.

La iglesia de San Juan Bosco en Rango, en este momento en renovación.

La iglesia de San Juan Bosco en Rango, en este momento en renovación.