A ellas las excluyeron durante años de deportes supuestamente «incompatibles» con su naturaleza, a otros aún los discriminan. Pero lejos de su tierra, que vive una ola conservadora, mujeres, negros y homosexuales colorean de oro, plata y bronce las sonrisas de Brasil. En Tokio, las atletas brasileñas ya cosecharon el récord de medallas olímpicas femeninas para su país (nueve frente a siete en Pekín-2008) y se colgaron tres de los cuatro metales dorados ganados hasta ahora por su delegación, conformada por 301 deportistas, 53,5% de ellos hombres.
Los oros de las velistas Laura Pigossi y Luisa Stefani, de la gimnasta negra Rebeca Andrade y de la nadadora lesbiana Ana Marcela Cunha brillan cuatro décadas después de la caída de una ley que prohibía la participación de mujeres en deportes “incompatibles con las condiciones de su naturaleza”, como fútbol, boxeo, rugby o halterofilia.
El equipo de voleibol femenino y la boxeadora Beatriz Ferreira lucharán el domingo por otras dos preseas doradas.
“La mujer puede ser lo que ella quiera, donde quiera y como quiera. La medalla es también el resultado de lo mucho que hemos recibido de ayuda por la igualdad”, dijo Cunha tras su triunfo en maratón acuática.
La nadadora sabe de lo que habla, en una nación donde “la mujer estudia más, trabaja más y gana menos que el hombre”, según el instituto oficial de estadísticas IBGE.
El año pasado, en este país de 212 millones de habitantes se reportaron 1.350 feminicidios, 230.160 casos de violencia doméstica y más de 13.700 violaciones, señala la ONG Foro Brasileño de Seguridad Pública.
“La victoria de mujeres, negros y personas LGBTQIA ayuda a visibilizar otras formas de vivir, que en una historiografía reciente aún eran invisibilizadas, oprimidas y excluidas”, dice a la AFP Cláudia Kessler, doctora en Antropología de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRS).
“Debate necesario”
Cunha es la cuota de los medallistas LGBT, una población con varias representantes en la selección de fútbol femenino, encabezadas por la legendaria Marta, y en la de voleibol, con Douglas Souza.
El atleta conquistó a millones en redes sociales al contar jocosamente los bastidores de los Juegos, dejando en segundo plano que es uno de los pocos deportistas hombres que se han reconocido como gais en Brasil.
Estas victorias coinciden con demandas mundiales por la igualdad entre atletas y en contra del racismo (la famosa rodilla al piso que siguió al Black Lives Matter) y la homofobia (el arcoiris como bandera).
Pero esa ola en Brasil aterriza con el gobierno de Jair Bolsonaro, cuyos exabruptos le han valido acusaciones de racismo, misoginia y homofobia.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos denunció en abril que desde que Bolsonaro asumió el poder, en enero de 2019, detectó un aumento de los crímenes y discursos de odio.
“El deporte y la visibilidad de las Olimpiadas reconfiguran el debate sobre las minorías, sobre las mujeres, sobre los gais, sobre los negros en Brasil”, asegura la socióloga Marcia Couto, de la Universidad de Sao Paulo.
“Los triunfos de estas poblaciones promueven un debate necesario, que responde a esas cuestiones de retroceso, prejuicios y discriminación y de no reconocimiento de derechos de minorías en los últimos años”, dijo Couto a la AFP.
Sin dardos políticos
El brasileño Jacky Jamael Nascimento Godmann (izquierda) y el brasileño Isaquias Queiroz dos Santos compiten en los cuartos de final del evento de canoa doble 1000m masculino durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 en Sea Forest Waterway en Tokio el 2 de agosto de 2021.© AFP/Archivos Philip FONG
Hasta ahora ninguno de los vencedores ha lanzado dardos directos al mandatario ultraderechista, quien tampoco los ha felicitado de momento. Sin embargo, los mensajes de algunos deportistas han reivindicado sus orígenes sociales, su raza o identidad sexual.
“Quiero reconocimiento. No hablo de dinero. Yo vivo bien, gracias a Dios. Quiero que un baiano negro [del estado de Bahia] sea la mayor estrella de este Brasil”, escribió el piragüista Isaquias Queiroz, quien luchará por el oro, en el diario O Globo.
Brasil, donde el 55% de la población se reconoce negra o mestiza, fue el último país americano en abolir la esclavitud (1888) y ha sido citado en 2020 por la ONU como un “ejemplo extremo” de racismo estructural.
A dos días del final de las justas, los afro han ganado seis de las 20 preseas.
De Paulinho, que el sábado disputará la final de fútbol ante España, surgió otra voz. El atacante del Bayer Leverkusen festejó un tanto en la victoria 4-2 contra Alemania con un ademán que suele representar a Oxóssi, un orixá (divinidad afro-brasileña).
Su gesto se viralizó en Brasil, donde los lugares de culto de origen africano son regularmente destruidos y sus fieles agredidos, principalmente por creyentes fundamentalistas de cultos pentecostales.
“El recado de los atletas de hoy es que, más allá de la lucha por el reconocimiento del deporte brasileño, hay una lucha por el reconocimiento de quiénes son los atletas y qué representan”, afirma Couto.