Beatriz Ferreira empezó a lanzar golpes a los cuatro años en el garaje de su casa y desde entonces se afiebró con un deporte prohibido durante décadas para las mujeres en Brasil, un país que ahora celebra el subcampeonato de su mejor boxeadora olímpica. La púgil de 28 años perdió en la final del peso ligero de los Juegos de Tokio ante la irlandesa Kellie Anne Harrington, logrando la presea de plata, el mejor resultado para una brasileña tras el bronce de Adriana Araújo en Londres-2012, en el estreno olímpico del boxeo femenino.
El metal es la consagración de una joven en una disciplina que lleva en la sangre y que estuvo vetada por ley para las mujeres en Brasil entre 1941 y 1979, junto a otros deportes como el fútbol, la halterofilia o el rugby, por ser supuestamente “incompatibles con las condiciones de su naturaleza”.
Su padre, Raimundo Oliveira Ferreira, conocido como Sergipe, peleó como amateur y profesional entre las décadas de 1990 y el 2000. Incluso, cuenta, solía entrenar con el excampeón mundial Acelino ‘Popo’ Freitas, leyenda del boxeo brasileño.
En el garaje de la entonces casa familiar, en la ciudad de Salvador (noreste), Sergipe fundó una academia para púgiles de pocos recursos. Un día le preguntó a su hija si quería aprender a luchar. Ella, de cuatro años, aceptó el reto y así empezó una carrera llena de triunfos.
“Me enseñó algunos golpes y desde entonces no paré”, contó Bia, como es llamada, al portal Olimpíada Todo Dia en 2017.
Aprovechar la pandemia
Ferreira empezó a abrirse campo en una nación que presta más atención a las artes marciales mixtas que al boxeo. Y lo hizo a lo grande.
Se colgó el oro en los Juegos Suramericanos de Cochabamba-2018 y en los Panamericanos de Lima-2019, el primero del boxeo brasileño femenino en esa competición, y ganó el campeonato mundial en 2019.
La pandemia del covid-19 postergó los Juegos Olímpicos de la capital nipona, programadas originalmente para 2020, en momentos en que llegaba como favorita y con sus grandes triunfos aún calientes.
Pero, como en una analepsis, aprovechó el tiempo de encierro para entrenarse en casa bajo las orientaciones de su padre, ya no en su natal Salvador sino en el nuevo hogar de la familia, en la ciudad de Juiz de Fora, en el estado de Minas Gerais (sureste).
“No perdimos el tiempo. Bia se quedó aquí conmigo en la pandemia y no pasamos malos ratos. Entrenamos todo el tiempo y, en eso, ella lleva una gran ventaja. Su padre es entrenador y ella no tiene cómo escaparse de eso”, bromeó Sergipe en declaraciones recogidas por el portal Globo Esporte.
Tatuada en ambos brazos, Ferreira suele decorar su cabeza con un paño que tiene estampada la bandera de Brasil y festejar sus triunfos con un saludo militar, una costumbre heredada de su formación como atleta de las fuerzas armadas brasileñas© AFP/Archivos Luis ROBAYO
Tatuada en ambos brazos, Ferreira suele decorar su cabeza con un paño que tiene estampada la bandera de Brasil y festejar sus triunfos con un saludo militar, una costumbre heredada de su formación como atleta de las fuerzas armadas brasileñas.
En el cuadrilátero japonés no sólo hizo historia, también premió con una medalla de tranquilidad a su padre-entrenador.
“Como padre y técnico se sufre demasiado, el sufrimiento es doble. La ansiedad para que la pelea llegue pronto es muy alta, aunque soy consciente, soy fuerte. Ya me había preparado, porque es necesario hacerlo para que el corazón aguante”, afirma Sergipe.